Por Marianela Santillán, psicóloga online, Licenciada en psicología en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Los ataques de pánico, – algunas veces llamados ataque de angustia o crisis de ansiedad- son episodios de miedo, temor o un profundo malestar que se muestran de forma imprevista cuando verdaderamente no hay un riesgo real –o por lo menos no hay una causa aparente o visible para sí o los demás-.
Se presentan de forma súbita y desarrollan reacciones o algunas manifestaciones físicas en quien los padece, que se asocian a la idea de enorme pánico y sensación de pérdida de control, destrucción o del pensamiento de que se está próximo a fallecer.
Más allá de que cada sujeto y padecimiento, o cada expresión del ataque tienen la posibilidad de ser diferentes, hay algunas cuestiones –más información sobre síntomas del ataque de pánico– más o menos recurrentes en todos los que han padecido este tormento.
En ese sentido, partiendo de las diferencias subjetivas y estructurales entre pacientes, se pueden proponer algunas “herramientas” para que el instante del ataque no resulte tan traumático –aunque este sea su carácter principal- y para que pausadamente, y junto a la terapia o análisis, se pueda llegar a la raíz de la causa inicial, lograr enfrentar esto de mejor forma.
No hay fórmulas mágicas que permitan un control inmediato del pánico, pero sí podemos sugerir la posibilidad de plantear algunas cuestiones, para hacer más simple la oposición frente a algo tan real, como el temor a la muerte.
Algunas cuestiones para calmar un ataque de pánico quedarán expuestas aquí:
- Considerar que el ataque es una expresión por medio del cuerpo, pero no se trata solamente de eso, sino que además hay que dedicar tiempo para tratarlo y conocer el trasfondo de la cuestión.
- Comprender que un individuo padece un ataque de pánico en un instante especial, pero que eso no siempre supone que ésta sea una “enfermedad” con la que se deba convivir. Es decir, es fundamental diferenciar condición de estado.
- Intentar registrar o acordarse, en la medida de lo posible, de aquello que el cuerpo está padeciendo.
- Asimismo es aconsejable llevar a cabo, paulatinamente, un trabajo de memoria e intentar rememorar qué ocurrió en la vida del paciente durante el día o la misma semana previa al primer ataque.
- Ser tolerante frente al temor; aguardar mientras el ataque pasa e idealmente sostener la tranquilidad.
- Aunque no en todos los casos sea realizable, considerar que el riesgo que el cuerpo siente y frente al que se protege, no es tal. En ocasiones para eso, es de utilidad mantener los ojos abiertos, y no evadir la escena del ataque. Al observar alrededor, comprender que no hay tal peligro.
- Centrarse en que la cuestión no es evadir el miedo, sino afrontarlo y más que nada, entenderlo en determinado contexto.
- Cuando el pánico cese, volver paulatinamente a lo que se encontraba realizando. No obligarse ni sobre exigirse, ni tampoco accionar como si nada hubiera ocurrido. Negar el ataque de pánico, sólo prolongará su existencia, que de por sí, se inició por una negación y por lo silenciado.
Hay que considerar que el ataque de pánico no se trata de ninguna novedad, de hecho el mismo Freud estudió esto desde la representación de la crisis de angustia-. Sin embargo en la actualidad, época donde las exigencias sociales demandan sólo excelencia, y exhibición de lo bello y atractivo –por ejemplo, como ocurre con redes sociales- pareciera que lo necesario es esconder aquello imperfecto que hace ruido para esos mandatos, pero a veces, es esa misma necesidad, la que produce el pánico y al desborde.
Por eso desde mi visión, la gran labor del psicoanálisis es, y será, la de cuestionar esa presión y la posición inicial de ese sujeto. Para que paso a paso, por medio de la posibilidad de la escucha, conseguir que sea mismo sujeto quien se escuche, y por lo tanto, logre devolverse expresiones ahí donde el mismo silencio, alojó al pánico.